Bajo un clima de temor y silenciamiento, los madrugadores son testigos de uno de los actos rebeldes más significativos de la época: sobre las cruces de piedra de la ciudad aparecen banderolas escarlatas con un lema escrito en latín: “Al amparo de la cruz, sed libres. Conseguid la gloria y la felicidad”.
Es enero de 1795. El autor, el periodista Eugenio Espejo, es detenido e incomunicado. Meses después, muere en una mazmorra del gobierno opresor español.
Dos siglos después,
en el antiguo Hospital Militar, construido en 1913 en la loma de San Juan, se
respira, se multiplica, se mantiene viva aquella alma libertaria del precursor.
Convertido en museo gracias a la tenacidad de los habitantes del barrio América y a la intervención del Municipio, el viejo sanatorio ideado por el general Eloy Alfaro exhibe una muestra de la fuerza, energía y permanencia de una fecha nacional clave: el 10 de agosto de 1809.
Son 200 años del
levantamiento de los patriotas que siguieron la luz de Espejo, el hombre que 30
años antes sembró las semillas de una lucha por la dignidad, de una lucha que,
de a poco, fue sumando valentías, talentos y sacrificios hasta convertirse en
victoria decisiva el 24 de mayo de 1822.
Allí, en ese museo, golpean como un eco su palabra y sus ideas.
Y en ellas se proyectan, brillantes, los caminos de libertad y civismo que él fue capaz de trazar antes de que muchos imaginaran siquiera que aquello sería posible conquistar.
Periodista,
escritor, médico, filósofo y agitador. La historia recuerda así al hombre que
fue la conciencia crítica de su tiempo.
Sagaz y temerario,
quiteño nacido de la entraña del mestizaje el 21 de febrero de 1747, nunca
desmayó en sus afanes de promover la necesidad de pelear por una sociedad
deliberante, democrática y equitativa.
Peligroso para
quienes ejercían el poder, fue perseguido, encarcelado y desterrado, pero
ninguna fuerza pudo detener sus esfuerzos y voluntad para construir un
pensamiento libre.
En noviembre de
1791 formó la
Sociedad Patriótica de Amigos del País, compuesta por 25
personas que se reunían para debatir e intercambiar conocimientos.
El jueves 5 de enero de 1792 marcó otro hito: puso a circular el semanario Primicias de la Cultura de Quito.
Como periodista,
Espejo fue esencia y expresión de lecturas profundas e inteligentes de los
hechos, de acercamiento a la verdad, de valor y coraje para sostener
convicciones y certezas.
Enero y 2019 son fechas para rendir culto al espíritu altivo de los ciudadanos no sometidos.
Ser y actuar: el mejor homenaje que podemos rendir al precursor del periodismo libertario.
Aún nos queda muchísimo por luchar y por hacer. Y habrá que empezar por refundar un periodismo de la gente, un periodismo donde el ciudadano se vea, se sienta, sea parte de él.
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*Rubén Darío Buitrón, ecuatoriano, es periodista, poeta y catedrático. Es, además, director-fundador del portal digital loscronistas.org
≈ Comentarios desactivados en Las malas noticias, base de la sociedad envenenada
Por Rubén Darío Buitrón
Los medios de comunicación tienen mucho peso en lo que percibe la sociedad acerca de quienes la manejan y de cómo la manejan.
Eso está claro. Pero no tanto. Porque a los periodistas de los medios les cuesta entender que no solamente lo que se llama «malas noticias» son las noticias que deben difundir.
Pero ni los dueños y directivos de los medios ni los periodistas que trabajan en ellos alcanzan a entender que la noticia no es una mercancía que se debe vender y que, mientras más la vendas, más boyante es el negocio.
Y es mucho peor si lo que se vende es una mala noticia. Si es un escándalo. Si es una grave denuncia. Si es una acusación contra un personaje público. Si es una sospecha contra alguna institución. Si es un enfrentamiento entre dos líderes políticos. Si es una opinión convertida en hecho.
Tanto es así que ni siquiera se percatan que sus mismas noticias sensacionalistas desaparecen al día siguiente si aparece una nueva noticia sensacionalista.
En otras palabras, ellos mismos se neutralizan.
Sin embargo, su actitud de estar a la caza de la «mala noticia» les impide ver (como deformación del oficio) que una buena noticia también es una noticia.
Legendaria es la historia del grupo de periodistas británicos que hace unos 15 años se planteó publicar un periódico que solamente difunda buenas noticias, hechos positivos, actos solidarios, eventos con sentido fraterno, sucesos donde primen la generosidad y el altruismo.
El periódico no pudo sostenerse por mucho tiempo y desapareció a los pocos meses.
La gravedad de este episodio reside en que el fracaso del proyecto mostró que vivimos en una sociedad enferma, una sociedad envenenada, una sociedad que está segura de que vive en un entorno de desilusión, de frustración y de imposibilidad de intentar que mejoren las cosas.
Pero más grave es que los periodistas y los medios, en el Ecuador y en el mundo, construyen sus agendas temáticas diarias sobre el presupuesto de que el gran titular del día tiene que ser «algo fuerte» y que este «algo fuerte» debe ser, necesariamente, algo trágico, algo doloroso, algo grave, algo putrefacto, algo antiético, algo corrupto.
Yo estoy seguro de que si los periodistas y los medios dejáramos a un lado, por un día siquiera, esa adhesión a lo vil, a lo perverso, a lo despreciable, a lo terrible y a lo trágico, empezaríamos a construir una sociedad menos crispada, menos decepcionada, menos agresiva, menos revanchista, menos envenenada.
Pero no estoy seguro, ni de lejos, que aquello vaya a ocurrir. Publicar «malas noticias» (buscándolas con desesperación y angustia) ya forma parte del ADN de los medios y de los periodistas.
Loe medios y los periodistas hemos fabricado una sociedad enferma, adicta a las malas noticias.
Que lance la primera piedra quien me demuestre que estoy equivocado.
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*Rubén Darío Buitrón CEO del portal digital loscronistas.org, poeta, periodista y catedrático.
Se equivocaron quienes creían que con las redes sociales (un invento tecnológico asombroso) la humanidad avanzaría a pasos agigantados hacia un mayor conocimiento de sí misma, una notable amplitud de conocimientos sobre el mundo y a construir lo que Mc Luhan llamó «la aldea global».
Al contrario de lo que muchos pensaban cuando aparecieron las redes sociales, en especial Facebook y Twitter, sus contenidos cada vez son más livianos, frívolos, faranduleros y, lo más grave, ofensivos y agresivos.
Según una declaración que le dio al diario italiano La Stampa, el desaparecido maestro Umberto Eco declaró: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.
Eco también dijo: “No se puede frenar el avance del internet” y señaló que el problema de las redes sociales “no es solo reconocer los riesgos evidentes, sino también decidir cómo acostumbrar y educar a los jóvenes a usarlo de una manera crítica”.
A eso se añade otro peligro que se va volviendo real a medida que transcurren los grandes hechos que son determinantes en la vida de las personas, de los países, de la regiones. Y es el de la desmovilización social.
Mucha gente cree que es suficiente con emitir su opinión en redes y deja de expresar sus puntos de vista, opiniones o reclamos en las calles, que son el escenario donde hasta hace pocos años se resolvían (para bien o para mal) los conflictos políticos y sociales.
Ulises Calvo, de Panamá América, dice que resulta común escuchar que de no ser por las redes sociales, el pueblo panameño se habría lanzado a las calles a protestar por los desmanes de los gobernantes.
Es posible que dicha intelección del fenómeno entrañe unaincomprensión de lo viejo que se resiste al cambio, pues en la propia sentencia de Umberto Eco se aprecia lo despectivo, el asomo de la renovación de posiciones, entre el receptor y el emisor del mensaje, pues si el televidente se sentía superior al que aparecía dentro de la «caja boba», ahora el internauta se asume como productor de informaciones.
En apretada síntesis histórica -dice Calvo- la derrota de Estados Unidos en Vietnam no provino tanto del Vietcong, como de la televisión que informó al pueblo estadounidense sobre la masacre de jóvenes desmembrados, que antaño se ocultó en otras conflagraciones, y la primavera árabe, que fue el feliz inicio de la fuerza informativa y movilizadora de las redes sociales.
«Por eso cuesta aceptar la hipótesis que comienza a surgir, relativa a que la población se desahoga en Twitter y en Facebook, antes que salir a las calles», reitera Calvo.
Lo ocurrido es una tergiversación del ánimo descentralizador y democrático, con el que Tim Berners-Lee, creador del espacio www, concibió la internet, quien según informó a la revista Vanity Fair: «La web ha fallado en lugar de servir a la humanidad, como se supone que debía hacerlo».
«La creciente centralización de la web terminó produciendo, sin una acción deliberada de las personas que diseñaron la plataforma, un fenómeno emergente a gran escala que es antihumano».
De las grandes cadenas de información y Gobiernos proviene el ánimo de manipular las innegables ventajas de la red, la que, a pesar de Cambridge Analytica, continúa siendo un mecanismo de mayor dispersión.
«Por ende -sostiene Calvo- si hablamos de carácter democrático y de noticias falsas y posverdad, las más grandes distorsiones, como el armamento de destrucción masiva de Irak, no fueron responsabilidad de la red, sino de los políticos mentirosos habituales«.
Leamos en Diario El País a Jennifer Grygiel, profesora Adjunta de Comunicaciones de la Universidad de Syracuse.
«Puede parecer que Twitter está mejorando en la eliminación de contenido perjudicial y que está retirando mucho contenido y memes, y suspendiendo cuentas, pero mucha de esa actividad no está relacionada con el discurso de odio. Buena parte de la atención de Twitter se ha centrado más bien en lo que la empresa denomina “manipulación coordinada”, como bots y redes de perfiles falsos dirigidos por secciones de propaganda gubernamentales.
En mi opinión, la empresa podría dar un paso significativo y solicitar la ayuda de la ciudadanía, así como de investigadores y expertos como mis colaboradores y yo, para detectar el contenido de odio.
La disparidad entre el modo en que Twitter trata los problemas de codificación y las denuncias de contenido transmite el mensaje de que da prioridad a la tecnología sobre la comunidad.
En vez de eso, Twitter podría pagar a los usuarios que informen sobre contenido que incumple sus directrices comunitarias, ofreciendo recompensas económicas por señalar las vulnerabilidades sociales de su sistema, como si esos usuarios le estuviesen ayudando a determinar problemas de software o de hardware.
Un ejecutivo de Facebook expresó la preocupación de que esta posible solución fallase y generase más odio en la red, pero yo creo que el programa de recompensas podría estructurarse y diseñarse de modo que evitase ese problema.
Queda mucho por hacer
Hay otros problemas de Twitter que van más allá de lo que se publica directamente en su sitio.
Los que cuelgan discurso de odio a menudo aprovechan otra herramienta clave de Twitter: la capacidad de incluir enlaces a otro contenido de Internet.
Esa función es clave en el uso de Twitter, y sirve para compartir contenido de intereses mutuos en la red. Pero es también una forma de difundir el discurso de odio.
Por ejemplo, un tuit de apariencia totalmente inocente, que diga “Esto tiene gracia” e incluya un enlace. Pero el enlace –a contenido no incluido en los servidores de Twitter– presenta un mensaje lleno de odio.
Además, el sistema de moderación de contenido de Twitter solo permite a los usuarios denunciar tuits de odio y amenazadores, pero no cuentas que contengan mensajes similares en su propio perfil.
Algunas de estas cuentas –con fotos de Adolf Hitler, y nombres y direcciones de Twitter que animan a quemar judíos– ni siquiera cuelgan tuits o siguen a otros usuarios.
A veces solo existen para que los usuarios los encuentren cuando busquen palabras en sus perfiles, convirtiendo de nuevo la caja de búsqueda en un sistema de difusión.
Sin tuits ni otra actividad pública, es imposible que los usuarios denuncien estas cuentas a través del sistema habitual de denuncia de contenido.
Pero son igual de ofensivos y peligrosos, y es necesario evaluarlos y moderarlos en igual medida que cualquier otro contenido del sitio.
A medida que los que desean difundir el odio se vuelven más expertos, las directrices comunitarias de Twitter –y lo que es más importante, sus esfuerzos para aplicarlas– deben actualizarse y estar al tanto.
Si las redes sociales quieren evitar seguir siendo o convertirse en vectores de guerra informativa y plagas de ideas y memes de odio, tienen que ser mucho más activas y, como mínimo, tener miles de empleados de moderación de contenido a tiempo completo, como hizo una profesora en el transcurso de un fin de semana.
Cuando los periodistas confunden libertad de expresión con libertad de posicionarse gracias al show noticioso, algo turbio está ocurriendo en el Ecuador.
Turbio porque en el juego de los portales digitales, en especial, se publican medias verdades, medias mentiras, hechos sesgados, todo en función de posicionarse en el tan mal interpretado «periodismo de investigación».
Este periodismo, por esencia, debe manejarse con pinzas, con extremo cuidado, con enorme responsabilidad, con sentido de que el periodismo, sea en el soporte o formato que fuere, debe servir a la sociedad y no servirse de esta para ganar aplausos.
La reciente filtración de un audio por parte de un portal manejado por dos jóvenes periodistas que (está visto) no manejan con criterio ni con cuidado la información que reciben «off the record», es una muestra de lo que estamos afirmando.
En el audio, según los directivos del portal, se escucha el fragmento de una reflexión que hace el presidente de la República, Lenín Moreno, relacionada con las negociaciones entre el Estado ecuatoriano y los narcoterroristas que asesinaron a los tres periodistas de El Comercio en Mataje.
No obstante, los voceros del Gobierno han negado que las palabras del Mandatario se refieran al tema de los periodistas secuestrados y muertos, sino al momento posterior, cuando se debatía qué hacer con la pareja de civiles que también fue raptada.
Juan Sebastián Roldán, secretario del Presidente, afirma que el audio es del 17 de abril, es decir, «cuatro días después de enterarnos de la muerte de los compatriotas».
Y continúa Roldán: «El audio descontextualiza los hechos, porque pareciera que quieren inducir a que ocurrió antes de la muerte de los periodistas». Y aclara: «Es una infracción grave que se atente contra la seguridad del Estado. Quienes asistimos a la reunión juramos no revelar lo que se tata ahí, porque es información clasificada. Al infractor podrían darle hasta 10 años de prisión«.
Como dice el sociólogo Felipe Burbano de Lara, «lo peor que puede pasar en Ecuador es que la prensa especule y que lance al debate público argumentos que insinúen cosas que son muy graves (…) Uno podría discutir lo que el Presidente dice sobre el rol del Estado y el contexto, pero no especular…«.
Ahora que el propio Presidente ha dispuesto que se levante el secreto de aquella conversación en el Consejo de Seguridad Nacional y que sus voceros han precisado que el audio es sesgado e incompleto, los periodistas del portal digital pasaron a la segunda parte del show mediático: victimizarse.
¿Ese es el «nuevo periodismo» que se está haciendo en el Ecuador?
¿Un periodismo donde predominan el ego y el espectáculo, no la búsqueda de la verdad?
¿Un periodismo que, cuando se equivoca -como puede suceder cualquier momento- no admite su error sino que se lanza en redes la idea de que podrían ser detenidos y enjuiciados, con lo que intenta revertir la percepción nacional: nosotros no nos equivocamos y el Gobierno nos amenaza?
Todo esto se llama victimización. Victimizarse como recurso para no asumir que en lugar de indagar y contrastar y contextualizar, estos periodistas digitales privilegiaron el sensacionalismo por sobre la investigación seria y profunda.
≈ Comentarios desactivados en El pluriempleo, una clave para el buen periodismo…
Por Rubén Darío Buitrón
A contracorriente de lo que muchos periodistas piensan, creen y practican, a los grandes escritores y cronistas les gusta caminar por el filo de la cornisa: no tienen un trabajo fijo, no tienen un empleo donde reciben una remuneración mensual, no buscan acomodarse en la zona de confort del rol de un medio y recibir un sueldo a cambio de hacer un periodismo monótono, lineal, rutinario, de fuentes, superficial…
Leila Guerriero, la periodista argentina más importante del momento, lo explica así:
«Para mí el pluriempleo siempre estuvo en la raíz del oficio periodístico. Nunca hice una sola cosa, nunca. No concibo la idea de reportero de un solo diario. Eso aburguesa la prosa y achata la mirada, te mantiene despierto y alerta, te permite explorar«.
Y va más allá:
«Para mí, lo fundamental sigue siendo la escritura y defiendo el pluriempleo siempre y cuando no sean tareas precarizadas, no se pague mal o no se pague, eso no tiene ningún sentido. Que no te inviten o te obliguen a trabajar gratis y que siempre el trabajo implique cierto desafío, un riesgo porque es aconsejable, para alguien que hace algo creativo, meterse en problemas«.
Meterse en problemas. Plantearse el desafío. Correr el riesgo. Así deben asumir su oficio quienes hacen algo creativo.
Cuando Guerriero lo dice no lo hace de manera ingenua o romántica. Ella es muy clara cuando advierte del peligro de que si algún medio te pide una historia, una entrevista, una crónica, un perfil o cualquier otro género, el periodista no debe permitir que se lo precarice, que se le pague una miseria por su trabajo o, peor, que no se le pague.
Porque sucede. Cuántas veces, a lo largo de mi carrera, he visto cómo jóvenes con talento son maltratados en las redacciones, unos con salarios básicos y otros bajo el criterio (para colmo, concertado) de que hagan las cosas gratis y si a los tres meses convencen, se los contrata (por supuesto, con el salario básico).
Sin embargo, más que en otros países de la región, pretender convertirse en free lance en Ecuador es muy complicado: en las revistas impresas pagan poco, mal, atrasados o nunca. En los periódicos no existe esa figura, con poquísimas e históricas excepciones.
La salida solo va por un vía: la excelencia. Y eso los periodistas deben tener claro. En los talleres que dicto a diversas instituciones y en las asesorías que hago a diversos medios de comunicación encuentro un alto, altísimo porcentaje de periodistas que no leen.
¿Cómo un periodista con título profesional o sin él se considera periodista de verdad sin leer, sin dominar el lenguaje, sin nutriste de ideas y de técnicas para expresarlas?
Por lo general, son más cómodos los que poseen título porque inconscientemente consideran que tener su diploma profesional les convierte de forma automática en periodistas con oficio.
En Ecuador debemos romper todas esas cadenas que, no siempre, las ponen los dueños de los medios. Ellos no tienen por qué subvencionar la mala calidad de un trabajo, la mediocridad, la comodidad, la zona de confort.
Si Leila Guerriero, que nunca pasó por una facultad de periodismo, es la mejor en América Latina, la más buscada por los grandes medios, no se debe a que es una iluminada o a que posee un halo de inspiración superior a la media de sus colegas.
Se debe, y es tan simple concluirlo, a que durante toda su vida se educó a sí misma leyendo, leyendo, leyendo, leyendo, leyendo. Porque solo así, con todo ese bagaje atrás, es posible escribir, escribir, escribir, escribir…
“La manera en que haces tu trabajo determina la forma en que la gente comprende la realidad”.
Lo dice James Natchwey, uno de los más importantes reporteros gráficos del mundo.
La propuesta de Natchwey se expresa en el famoso documental Fotógrafo de guerra estremecedor filme donde el periodista reflexiona sobre la importancia de contar responsablemente la historia presente y mantener viva la memoria social.
Natchwey, nacido en Estados Unidos en 1948, es testigo de su tiempo.
Solitario, vagabundo, con altísima sensibilidad social y un elevado manejo de la ética, es el Kapuscinski de la fotografía.
Ha vivido de cerca, incluso a riesgo de su vida, las trágicas experiencias fratricidas en Kosovo y Bosnia. Ha estado en Indonesia registrando el espeluznante abismo entre la arrogante riqueza y la más dramática miseria. Ha documentado el interminable e infernal conflicto en Oriente Medio.
Como Kapuscinski, vivió en África. Registró la irracional matanza de millones de personas en Ruanda y el avance apocalíptico del sida en las regiones más pobres de ese continente.
“El periodista debe ser humano, consentido social profundo”, dice Natchwey.
Y lo muestra en su práctica cotidiana: sus fotografías revelan que la realidad no es como la disfrazan, sino como es.
Revelan cómo algunos periodistas no alcanzan a entender o deciden ignorar el dolor, el sufrimiento, las guerras, el hambre, la contaminación. Enseñan que el periodismo debe situarse lejos del poder y ejercer el rol de contradictor, cuestionador, sembrador de dudas.
“Si a Vietnam no hubieran ido fotógrafos y periodistas honestos nunca se habría conocido el horror que se vivió allí”, sentencia Natchwey: esta reflexión lo llevó a decidir que su vida sería contar los hechos más dolorosos del mundo.
Vivir, sentir, oler, escuchar, compartir. Natchwey no comprende cómo el periodista elude la realidad o no sabe contarla:
“Si el periodista no lleva en su cabeza la biblioteca del sufrimiento es parte de una profesión enferma, a la que no le importa lo que ocurre más allá de sus narices”.
Natchwey clama porque acabemos con la indiferencia, porque nuestro trabajo sirva para que la gente reaccione, no pueda dormir, actúe.
Cuando los fanatismos enceguecen, cuando la tolerancia pierde el rumbo, cuando asistimos impotentes a la tragedia en Gaza, cuando niños inocentes mueren bajo sofisticados misiles lanzados por la desproporción, es hora de preguntarnos cuál es nuestro deber frente a la urgencia de construir una paz basada en la justicia.
“La manera en que haces tu trabajo determina la forma en que las personas comprenden la realidad”. El periodismo hecho con ética es contundente.
≈ Comentarios desactivados en Aprender jugando: nueva opción para talleres de periodismo
Por Rubén Darío Buitrón
Los docentes e instructores de talleres de redacción periodística no marcamos ninguna diferencia con la manera en que se comporta cualquier académico devenido catedrático.
Nos podemos al frente del grupo al que vamos a capacitar y empezamos a mostrar nuestros amplios conocimientos en periodismo e, incluso, en literatura.
Enviamos, así, una primera señal que, en lugar de acercarnos a los talleristas, nos distancian de ellos.
Si nos ponemos en sus zapatos (regla sagrada de la comunicación entre los seres humanos) veremos a un profesor clásico, vertical, que sigue los patrones obsoletos de hablar desde una tarima mientras los demás se li mitan (deben limitarse) a escucharlo.
Pero, ¿qué pasa cuando cambiamos, primero, de lugar físico y, segundo, cuando nos mezclamos con ellos y nos volvemos, de manera simultánea, intructores e instruidos?
El resultado es notablemente distinto: al caer el clásico muro entre profesor y alumno el grupo que se encuentra en la sala de formación o en el lugar donde se realiza el taller se consolida y, de pronto, todos enseñan y todos aprenden.
¿Cuáles son las herramientas para que eso ocurra?
Primero, la empatía, la sinergia. El instructor no puede avanzar en el taller mientras no perciba, con hechos concretos, que aquel muro ha caído.
Segundo, la autocrítica. Mediante el análisis de las piezas que han escrito los talleristas antes del curso se realiza una rigurosa crítica de la calidad de los productos comunicacionales, pero el instructor va conduciendo, va guiando, va orientando sin sacar conclusiones a menos que sea estrictamente necesario.
Tercero, las lecciones aprendidas. Son los propios autores de los textos (en prensa escrita y digital, en radio, en televisión) quienes van descubriendo sus errores. Nada más eficaz que esta revelación que se produce ante sus ojos: eso es lo que debo mejorar, eso es lo que estoy haciendo mal, eso puede hacerlo con más calidad.
Y, cuarto, el humor. No existe herramienta más eficaz que esta para enviar un mensaje fuerte, urgente y necesario a quienes hacen periodismo, comunicación institucional o piezas narrativas (storytelling, por ejemplo).
Mediante el humor, por ejemplo recurriendo a juegos infantiles (sí, juegos infantiles) como el clásico «páreme la mano», cada asistente descubre todos sus vacíos en cultura general, en agilidad mental, en capacidad de trabajar bajo presión.
Los talleristas ríen, disfrutan, se emocionan, gozan, pero, al mismo tiempo, sin que el docente deba decírselos o, peor, imponérselos, descubren que leen poco o casi nada, que en su vida cotidiana, más allá de las obligaciones del trabajo, no mantienen una actitud permanente de autoformación.
El instructor podría preguntarles acerca de sus hábitos diarios más allá de los horarios de oficina. Podría decirles que dejen atrás su actitud de burócratas cuando ser limitan a ser comunicadores de 8:00 a 16:30 y luego olvidan lo que son y el título profesional que poseen…
Pero no es necesario hacerlo. Los talleristas o alumnos toman conciencia de que les hace falta conocimientos generales de la vida y que eso no solo está en la televisión, el instrumento que supuestamente nos sirve para descansar después del trabajo, para distraernos o para ayudarnos a dormir.
Un buen libro siempre es mejor. Mientras la televisión te vuelve un ente pasivo, la lectura de una buena novela, de un cuento, de un relato o de una crónica te hace partícipe, te mantiene con las neuronas activas, te da una visión más amplia de la vida.
Y, para escribir, se necesita justo eso: una visión más amplia de la vida.
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*Rubén Darío Buitrón es CEO de loscronistas.org, poeta, periodista, catedrático y asesor de medios de comunicación.
≈ Comentarios desactivados en «El periodista debe ser un perro guardián, pero no debe ladrar a todo…»
Emerio Agretti | politica@ellitoral.com
“Los periodistas debemos abrazar dos roles fundamentales. El primero, es el de ser ‘perros guardianes’: es decir, el de ‘vigilar’ y mantener al Estado ‘cortito’, controlando bien de cerca si están haciendo bien su tarea. Y, por otro, como sabemos que el Gobierno no puede saber todo ni estar al tanto de todo, tenemos que ser la voz de quienes no tienen voz y hacer saber las cosas que provienen de quienes no tiene la fuerza para hacerse escuchar”.
La reflexión de Steven J. Collins, catedrático de la University of Central Florida (EEUU) y especialista en medios, actualiza criterios fundamentales de la esencia misma de la profesión y los contextualiza en un marco de crisis de sustentabilidad para las empresas periodísticas, y de replanteo de la manera en que se desarrolla la actividad, en la era de las redes sociales, la proliferación de fake news y el imperio de la pos-verdad.
Lo hizo invitado por la Universidad Católica de Santa Fe, en diálogo con El Litoral, y en el marco de una cargada agenda de actividades, que incluyó charlas con alumnos, encuentro con organizaciones de la ciudad y visitas a los medios de comunicación.
La referencia inicial alude a una dicotomía que, por oposición, define al buen periodismo: aquél que oficia como “perro guardián” y no como “perro faldero” del poder. Pero a la vez, el que ejerce ese rol de manera consecuente: “No se trata de ladrar a todo, sino de reservar los ataques para aquéllo que necesita ser atacado”.
En la conversación, surgirá también otro cometido, acorde a los tiempos que corren y a la comunicación directa que desde el poder se establece con la comunidad, aprovechando los recursos de internet: operar como un “filtro” para el aluvión informativo cotidiano que satura las redes, chequeando la veracidad de los datos, seleccionando en base a parámetros de razonabilidad e importancia, y proveyendo elementos para un análisis crítico.
Sustentabilidad y roles
“Creo que hay gente dispuesta a pagar para tener una información certera, especialmente respecto de la política, y de la economía y de las empresas”, dice Collins a El Litoral, a propósito de la sustentabilidad de los medios y de su experiencia a nivel internacional. De hecho, en EEUU -y particularmente en Florida, que es donde yo vivo- hay un sitio en internet que ha contratado a cinco o seis muy buenos periodistas, y que trabaja de esa manera. Entonces, quizás podemos pensar como algo viable reemplazar los ingresos provenientes de las publicidades por suscripciones.
-¿Hay más experiencias de este tipo?
– La tendencia en EEUU es a que organizaciones vinculadas con el periodismo se agrupen y trabajen de manera conjunta en la generación de contenidos. Hay una entidad privada, que se llama Propública, que reúne distintos medios para trabajar mancomunadamente. Entonces, no sé si sería una salida, pero la idea es que varias empresas de medios periodísticos, con distintos propietarios, puedan formar una especie de alianza estratégica, que permita confrontar las dificultades económicas.
E incluso superar el hecho de que la mayor parte de los ingresos provengan de la publicidad política. Espero que en los próximos 20 o 25 años se haya podido salir de esta crisis económica y los medios no dependan tanto de la publicidad política, para poder autofinanciarse y con eso a la vez gozar de mayor independencia.
-Hoy los medios son dejados de lado a veces por el contacto directo de los actores políticos con la ciudadanía, a través de las redes sociales. Pero a la vez, es alarmante la proliferación de noticias falsas, que requieren ser chequeadas. ¿Cómo posiciona esto al periodismo?
-En los últimos diez años he estado pensando mucho en la importancia que han asumido las redes sociales. Hace un tiempo fui convocado para una revista de golf, me hicieron un reportaje, y previamente hice un sondeo y advertí que los golfistas y las empresas que ponen avisos en la revista twitean mucho más que la revista misma.
Esto puede ser trasladado a otros ámbitos, como puede ser el gobierno. Entonces, es cierto que el rol del periodismo como intermediario entre el gobierno y el público ha menguado, se ha visto modificado e incluso ha quedado relegado. Pareciera que no se lo necesita al periodista.
Pero esto es también un gran desafío. Mucha gente que tuitea y retuitea puede leer lo que escribe el presidente, pero son tantos los políticos -y ni hablar si nos trasladamos al campo de los actores económicos y sociales o el de cualquier actividad que nos interese-, que Twitter se vuelve abrumador. No nos alcanzaría el tiempo para leer todo. Y el que lee Twitter necesita del periodista para chequear esa información, y compilarla de alguna manera.
-El catedrático español Miquel Pellicer habla de la función de “curaduría” de contenidos, en cuanto a selección cuanti y cualitativa.
-Es un desafío, un nuevo rol. Enfrentar toda esa superproducción de contenidos y chequearlos, ir a las fuentes y brindar a los lectores las herramientas para tener una actitud crítica respecto de esa información. Lo que el periodista hace, además de establecer si se trata de fake news o no, es hacer un análisis crítico de lo que se está transmitiendo.
-EE.UU. tiene una tradición de periodismo independiente, de investigación, de control al poder: la figura del perro guardián. ¿Cómo se concilia esta trayectoria con el actual contexto de crisis y con la impronta propia de la era Trump?
-La gran mayoría del periodismo en EEUU sigue siendo autónomo e independiente, y sigue ejerciendo el rol de perro guardián. Pero hay dos grandes desafíos. El primero es que en los últimos años ha surgido una minoría, un segmento, que no es imparcial. Y que pareciera estar a favor de uno u otro bando, y que divulga información interesada.
El otro es que el periodismo está prestando mucha atención a lo que tuitea el gobierno, en lugar de prestársela a lo que hace o a lo que no hace. Y esto quizás tenga que ver con que en el gobierno de Trump, las agencias del gobierno no tienen la cantidad de personal que deberían tener. En cantidad, no en calidad.
Entonces, el perro guardián tampoco puede ir al extremo de ladrar a todo lo que dice o hace el gobierno. Tiene que estar atento para atacar cuando es necesario. Por ejemplo, en este gobierno hay poco staff. Entonces, a lo mejor el rol de perro guardián pasa por cuestionar por qué falta en determinadas áreas, o por qué no se acomete tal o cual política, en lugar de centrarse en las declaraciones. No se puede ignorar lo que se dice en Twitter, pero tampoco quedarse con eso.
Sobre los proyectos que comenzaron a delinearse durante su capacitación y que le gustaría desarrollar junto con la UCSF, mencionó dos en particular:
“El primero, con el equipo de investigación, con el que hemos empezado a hablar sobre la posibilidad de investigar juntos los contenidos de los medios; y, por otro lado, un proyecto que me entusiasma muchísimo porque tiene que ver con un equipo de debate que hay en mi Universidad. Por lo que me han dicho, en América Latina no es muy común el debate ni político ni ético ni de otros temas y nosotros en las Facultades de Comunicación, tenemos al director del equipo de debate, pero los integrantes son interdisciplinarios, es decir, que están representadas todas las facultades de nuestra Universidad.
“Para mí sería un sueño poder enviar a este equipo de debate para entrenar a los estudiantes y para que, a su vez, puedan asistir a colegios u otras instituciones de la ciudad para replicar lo que aprendieron, sus habilidades retóricas, y fundamentalmente, aprender a debatir temas y no posturas personales. Esta sería una instancia de crecimiento muy importante, y por las conversaciones y reuniones que hemos tenido con los estudiantes, me da la impresión de que puede tener mucho éxito y, sobre todo, que puede ser un vector de cambio muy grande”.
«Las personas se hacen cosas horribles las unas a las otras”, cuenta el fotógrafo de guerra estadounidense George Guthrie en el libro Night and Day, del periodista Tom Stoppard.
El texto trata sobre las experiencias de los corresponsales extranjeros en sus coberturas más difíciles y arriesgadas, pero las reflexiones que deja el libro se aplican a cualquier situación y coyuntura.
Aquellas cosas horribles que ven los reporteros tienen que ser contadas porque -como concluye el propio Guthrie- “no existe nada peor que el silencio”.
Una omisión permite que la oscuridad caiga sobre los hechos, los envuelva en sombras y los oculte para siempre.
Cuando en determinadas situaciones históricas se habla de que la prensa podría desaparecer -por circunstancias políticas, económicas o financieras, o por la competencia cibernética-, es esencial tomar en cuenta quiénes serán los afectados por la potencial ausencia de información noticiosa de calidad.
La sociedad depende de lo que le digan o no le digan los periodistas en los que confía.
Los ciudadanos toman decisiones con base en lo que les cuentan los medios y la incidencia de lo que les dicen los periodistas tiene que ver con un amplio abanico de posibilidades.
Una persona busca los medios de comunicación para conocer asuntos que van desde lo más simple (cómo tomar un bus para ir a determinada dirección, cómo hacer una gestión tributaria) hasta la más tenebrosa (cómo prepararse para una época de tortura, opresión e injusticia).
En palabras sencillas, tendríamos que concluir que los periodistas tenemos el deber de repartir luz sobre la nación, sobre nuestros lectores, sobre nuestro público.
Pero ese es, justamente, el cuestionamiento y la autocrítica que nos corresponde hacer para cumplir con nuestra principal obligación.
¿Repartir luz?
El desafío es gigantesco, porque demanda que los periodistas tengamos conciencia de que cada palabra que escribimos tiene un peso específico y que cada idea que exponemos puede ser la chispa que encienda la pólvora o el agua que calme la sed.
¿Cómo asegurarnos de que somos capaces de repartir luz o, por el contrario, cómo escapar de los engranajes de la enorme maquinaria que arroja sombras sobre la realidad?
Tenemos que asumir que los hechos desaparecen de la conciencia colectiva si no se publican y, por tanto, nuestra prioridad es contarlos.
Los testimonios que aparecen en Night and Day llevan a Tom Stoppard a una conclusión: los periodistas, además de ser útiles y dar servicio, deben escribir sobre asuntos duros o reveladores.
Y aunque esa narrativa sea incomprendida tanto por el poder como por la gente común, la sociedad la necesita para mantenerse lejos de lo oscuro.
Cecilia (40 años) es fotógrafa freelance (autónoma o por cuenta propia) desde hace 16 años. Trabaja en revistas, periódicos, agencias internacionales, editoriales, libros especializados.
Un día, como parte de una cobertura que le pidiera una revista, terminaba su labor en la Plaza Grande y recibió un ataque que le produjo repugnancia, luego indignación y, finalmente, una desolación nunca antes sentida.
Un delincuente -no podemos llamarlo activista político- le arrojó al rostro heces fecales. Otro aprovechó la confusión de Cecilia para arrebatarle su equipo Nikkon.
El robo significó una pérdida de 4 000 dólares. Al día siguiente, Cecilia ya no podía aceptar ningún encargo periodístico porque no tenía con qué hacerlo.
Años antes, cuando tomó la decisión de ser freelance, estaba convencida de su opción.
Sentía la pasión por el oficio, pero como mujer deseaba controlar el tiempo personal: dedicarle tiempo a su matrimonio, tener un niño.
No se arrepintió. Consolidó la relación con su esposo (un cineasta), trabajó sin problemas durante su embarazo y cuando su niño cumplió un año volvió al oficio.
Hoy le preocupan dos cosas: el deterioro de la seguridad ciudadana (de la que ella fue víctima directa) y la falta de protección social a los periodistas, fotógrafos y camarógrafos free lance.
“Hay meses muy buenos, pero otros no te contrata nadie”, comenta Cecilia con desazón y desesperanza.
«Nosotros no estamos afiliados al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, porque hacerlo de forma voluntaria no rinde ni porque las empresas que nos contratan no quieren problemas laborales que podrían producirse».
Martín (38 años) es otro fotoperiodista freelance.
Trabajó casi una década en un periódico ya desaparecido, donde aprendió mucho, pero un día decidió manejar él, y nadie más, su estrés y su vértigo cotidianos.
Ahora trabaja, por fuera, para una revista institucional y hace fotos para empresas, ministerios, medios privados y, de vez en cuando, agencias internacionales de noticias.
Martín vive ahora sentimientos encontrados.
Es más libre, tiene más tiempo para su vida personal, hace series gráficas de las cuales disfruta mucho, pero lleva sobre sus hombros la responsabilidad de un equipo de seis mil dólares que si le robaran no tendría ninguna posibilidad de recuperar.
Le encanta hacer reportajes y recuerda con alegría una cobertura en una escuela intercultural:
“Era emocionante estar en el recreo, seguido por 30 niños que me cogían el cuello y me abrazaban”.
Martín y Cecilia no recuerdan que los asambleístas que estuvieron a cargo de la Ley de Comunicación o los que ahora tienen en sus manos las reformas o la derogatoria de la Ley los hayan llamado a consultarles qué hacen, quién son, cómo insertarlos en un sistema hasta ahora excluyente y convencional.
Nadie les ha preguntado en qué condiciones laboran, cómo se las arreglan cuando se enferman, por qué el Seguro Social no cubre su actividad.
Martín siente miedo e indefensión frente a una estructura estatal que no atiende a quien está fuera de la institucionalidad.
Como Cecilia, como Martín, como muchos otros, los fotógrafos freelance sienten que trabajar en la calle, más allá de la pasión de la reportería, son la soledad y el desamparo absolutos.
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