Rubén Darío Buitrón
Mientras las fuerzas políticas intentan usar todos sus poderes mediáticos para señalarse con el dedo en los casos de corrupción de Petroecuador y de Odebrecht.
Mientras los seguidores políticos de una y otra tendencia debaten apasionadamente acerca de la legitimidad de conceptos como libertad de prensa y libertad de expresión.
Mientras los seguidores políticos de una y otra tendencia debaten acerca de la legitimidad de los medios privados y de la pertinencia de los medios llamados “públicos” (porque en el Ecuador aún no existen).
Mientras el fanatismo por una u otra tendencia acusa a la otra de mentirosa, sesgada y defensora de intereses empresariales y de poderes fácticos, en el un caso, y en el otro de manipuladora de la ideología gubernamental, de unilateral, de incapaz de abrirse a otras formas de ver el mundo y de tratar de imponer una sola mirada ideológica.
Mientras todo eso ocurre en la guerra mediática entre unos y otros, muchas personas han dejado atrás aquel debate obsoleto (por más actual que pudiera perecer) y han descubierto que ellos mismos pueden construir su propia información y su propia comunicación masiva.
Hace rato que dichas personas, que solo en América Latina ya son millones, dejaron de vivir esas dicotomías perversas de que los medios les pongan contra la pared a decidir “a quién creo”, “quién tiene la razón” o “cuál es la verdad o la parte de la verdad o la verdad” que conviene difundir u omitir al uno o al otro.
La prensa privada masiva y la inexistente “prensa pública”, al despreciar a los ciudadanos comunes, se han encerrado en sí mismas y ambas son dirigidas por élites interesadas que han depositado su confianza en cuatro iluminados que son quienes deciden qué informar o qué no, a quién dar espacios y a quién no, qué hecho destacar y qué hecho omitir, qué opiniones de la gente difundir y qué opiniones silenciar.
Lo que esa prensa privada y “pública” (esta, siempre entre comillas) deja a un lado, abierta y propositivamente, son las posiciones críticas a los dogmas que manejan ambos tipos de medios.
Pero olvidan lo que, al mismo tiempo, es obvio y esencial: los ciudadanos comunes y corrientes tienen muchísimo más sentido común que aquellos iluminados de izquierda o de derecha.
Olvidan que los ciudadanos comunes y corrientes son muchísimo más inteligentes que quienes pretender distorsionar los hechos.
Y que, por tanto, son estériles los intentos diarios por conducir sus pensamientos y preferencias políticas, persuadirlos de que uno u otro discurso narrativo-periodístico es el “ético” o convencerlos de tomar posición a favor o en contra.
Los ciudadanos de a pie ya no creen en ninguna de las dos alternativas porque ninguna de las dos, ni la privada ni la gubernamental, han sido capaces de diseñar estrategias al menos más sutiles para que sus posiciones ideológicas y mediáticas no sean tan obvias, para no quedar en evidencia que el afán de unos es desprestigiar a los otros, para manipular fragmentos de la realidad y convertirlos en hechos falsamente contextualizados, malamente verificados, mediocremente comprobados, propagandísticamente manipulados.
Como dice el periodista brasileño Bruno Torturra (él sí, independiente de verdad), hace más de cinco años los ciudadanos (ellos sí, independientes de verdad) entendieron que la única manera de informarse, mantenerse actualizados y difundir sus propias voces y pensamientos es el internet.
Un simple “smarth phone” o teléfono inteligente, al cual se le adapta una minicámara de bolsillo de bajísimo precio, bastan para contrarrestar al enorme pero cada vez más frágil poder mediático tradicional.
El ciudadano anónimo empieza a ser consciente de que él y sus demandas no están en los obsoletos medios tradicionales, de que no aparece, de que por decisión de aquellos iluminados privados y “públicos”, su existencia, sus exigencias y su necesidad de que el poder político escuche sus clamores y su voz y sus puntos de vista sobre la realidad.
Nada de eso está ni en la prensa privada ni en la “pública”. Nada de lo que el ciudadano necesita está en los medios convencionales como los periódicos impresos o web, la radio o la televisión.
Pero el ciudadano, ya lo dijimos, es y será, siempre, más creativo, más rebelde, más exigente y más demandante.
No lee ni escucha ni ve en los anticuados noticiarios, que desde hace décadas no renuevan sus formatos y que se copian unos con otros el mismo modelo (vea, sino, un noticiero de TV en un canal privado o uno público: se diferencian en los que dicen y en lo que callan, pero su estructura es idéntica).
Y al no leerlo, el ciudadano común se busca a sí mismo. Y, para eso, cada vez el internet es mucho más potente y con una capacidad de llegada y cobertura que nadie puede calcular hasta dónde llegará a rebasar cualquier límite.
Como dice Bruno Torturra, el poder de la transmisión independiente (un “smartphone y una sencillísima camarita de televisión adaptada al teléfono) no solo está cambiando la cara del periodismo sino del activismo justo, de la política de las bases sociales y, en consecuencia, del discurso político.
Esos testimonios, esos hechos, esas demandas callejeras, esas vivencias cotidianas en los barrios, esas reuniones de las comunidades de base, subidos a un canal de YopuTube, gratuito, desarman y desarticulan cualquier estrategia prefabricada por la “gran prensa” de uno y otro lado.
El periodismo ciudadano ha llegado. Ese periodismo ciudadano que no se autocensura, que no vive para ganar dinero ni poder, que no sesga la información ni omite lo que no le conviene.
El periodismo ciudadano ha llegado y empieza a sumar millones de adherentes que ahora se ven a sí mismos y saben que todo aquel que tenga o pretenda tener el poder deberá escucharlo y atenderlo.
El ciudadano común ya sabe –dice Torturra- que no necesita ni a la prensa privada ni a la “pública”. Ya entiende que solamente era cuestión de cambiar la perspectiva y empieza a usar la red mundial como un enorme, incontrolable y altamente anárquico canal de TV o cadena de canales de TV.
Que la prensa privada y la presuntamente “prensa pública” empiecen a alistar sus cambios estructurales, jerárquicos, temáticos y referenciales. Que se olviden de los iluminados y las estrellas.
De lo contrario, que se alisten para desaparecer.
Porque el periodismo ciudadano es la gente haciendo su propia información, sin sesgos proempresariales de derecha ni filtros o distracciones oficiales.
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