Cuando decimos que ganó la derecha en el Ecuador, ¿a qué derecha nos referimos? ¿De qué triunfo estamos hablando? ¿Existe una derecha consistente, consolidada, lista para recuperar el poder? No.
Si miramos el pasado y el presente de cada uno de los futuros alcaldes de Quito, Cuenca y el reelecto en Guayaquil, no vemos que entre ellos exista una matriz ideológica que los una.
Por el contrario, los tres son resultado de movimientos locales, algunos nuevos, algunos improvisados, algunos reencauchados con viejas figuras de la partidocracia, algunos abiertamente defensores –como Jaime Nebot- de un modelo que él llama exitoso y que, sin embargo, tiene grandes fisuras sociales y económicas que durante más de veinte años su partido no ha podido resolver.
Mauricio Rodas, en Quito, ganó porque Augusto Barrera perdió, no porque tenga mejores atributos que el alcalde saliente. Rodas no ganó porque es de derecha o de “centroderecha” sino porque el malestar de muchos quiteños se reflejó, como el propio presidente Correa admitió, en un voto “antibarrera” cuyas razones PAIS tendrá que estudiar a fondo para no repetirlas en el futuro.
¿Estamos sobredimensionando la figura del nuevo alcalde con ideas neoliberales que, para decirlo con el lugar común, solo “estuvo en el lugar justo en el momento justo”?
Rodas, al contrario de Nebot, ni siquiera tiene un modelo de ciudad en su cabeza. Hasta ahora sus declaraciones como alcalde electo han sido conciliadoras, continuistas, confusas, sin mostrar un proyecto social y ciudadano sólido o claro. ¿O está escondiendo un proyecto perverso que sus patricinadores lo irán sacando después?
Y aunque eso parece lo más grave para la capital –que el nuevo alcalde esconda un proyecto agresivo-, otro riesgo, en consecuencia, es que la gran prensa convierta a Rodas en una suerte de Nebot Jr. y haga todo lo necesario por sostenerlo, a cambio de recuperar el control de una ciudad que ellos puedan manejar y grandes paquetes publicitarios que los medios, luego de cinco años de cierta sequía, ahora podrían volver a captar.
Pero a todos esos sectores (empresarios, políticos, medios) que ven en Rodas a su salvador y su proyecto hay que recordarles que Quito no es una sociedad de ciudadanos conformistas ni ingenuos. Si su voto antibarrera no se convierte en proyectos que mejoren la vida cotidiana de la población, será la misma ciudad la que empezará a exigir resultados en poco tiempo más y Rodas tendrá que responder o tendrá que irse.
Quito no estará dispuesta a esperarlo cinco años para evaluarlo y entonces decidir si sirvió o no. La capital, como la historia lo sabe bien, habla con los votos y, si es necesario, habla en las calles: si no, que lo digan Bucaram, Mahuad y Gutiérrez.
Cuenca, con su propia identidad política y social, es un espejo de Quito y, por tanto, tampoco estará dispuesta a que le defraude su nuevo alcalde (“nuevo” es solo una manera de decirlo, porque ya lo ha sido y la ciudad ya lo ha castigado antes con su voto en contra).
Además, en el caso de la capital azuaya, el presidente Correa y el alcalde electo han intercambiado alabanzas y buenos augurios: recordemos que el lema electoral de Cabrera fue: «Tenemos Presidente, pero no tenemos Alcalde».
Por eso, ¿hasta qué punto se debe temer la posibilidad de que se cree un “eje” Nebot-Rodas-Cabrera y que de ahí se levante una propuesta nacional de derecha contra un Presidente de la República que goza de más del 60 o 70 por ciento de popularidad y credibilidad?
Más allá de que la gran prensa aproveche la coyuntura para tratar de salir de sus asfixias (que, en realidad, son crisis presupuestarias por el fracaso de proyectos arrogantes, por equivocadas lecturas de la realidad, por visiones autistas e interesadas de lo que debería ser su rol social, por su crisis de liderazgo cívico y por su falta de conexión con la gente común), no se ve que los tres alcaldes electos y reelectos pudieran convocar o, peor, generar una alianza que resucite a la derecha como un proyecto que pretenda arrebatar el poder a PAIS.
Pero por último, si así fuera, es responsabilidad del partido gobernante no permitir que una hipótesis así se consolide.
Para eso cuenta con millones de ciudadanos que confían en el Presidente y están dispuestos a trabajar, pero también a exigir, a criticar y a demandar coherencia a un movimiento político que, si hace a tiempo los correctivos necesarios, los giros esenciales y las alianzas coherentes, sin dar espacio al oportunismo y definiendo una direccionalidad estratégica precisa, le quedan tres años (elecciones presidenciales) y cinco (elecciones seccionales) de trabajo político a gran escala para profundizar el proceso de cambio y recuperar los espacios perdidos mediante una mejor estructura en las bases, una selección adecuada de los militantes realmente comprometidos con la Revolución Ciudadana y una depuración de sectarios y fanáticos.
Esa es la manera, haya o no derecha en el paisaje, de evitar cualquier atisbo, mínimo, de volver atrás.
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