Por Rubén Darío Buitrón*
El periodismo ecuatoriano no ha mejorado ni ha empeorado con la Ley de Comunicación, vigente desde hace seis años. Tampoco su nivel se ha elevado a uno superior, pese a que a partir de esa ley se crearon la Superintendencia de Comunicación (Supercom) y el Consejo de Regulación de la Comunicación (Cordicom), hoy en plena decadencia y desarticulación.
No existe (al menos, no se evidencia) un
propósito de conseguir excelencia de contenidos pese a las auditorías,
advertencias, sanciones y multas de la brusca y omnipotente Supercom o a la
teorización filosófica que hacía el Cordicom de lo que, según la Ley y los
grandes pensadores de la comunicación mundial, debiera constituirse en el deber
ser de los medios y los periodistas ecuatorianos.
Con las excepciones que ameritarían otro
análisis, los medios privados y los temas que ellos abordaban antes de la Ley
de Comunicación eran el producto de intereses particulares o pasaban por los
filtros y la censura del poder mediático empresarial representado en los dueños
de la prensa –agrupados, por ejemplo, en la antes poderosa AEDEP-.
La Ley de Comunicación, que en su esencia
tiene la intención de democratizar el acceso a la información, no ha logrado
hasta ahora que el periodismo nacional mejore su nivel y los ciudadanos muchas
veces caen en un nivel de confusión por la variedad y la extrapolación de sus
discursos noticiosos.
En el sector público, estatal o gubernamental
(habría que precisar que no es lo mismo público que estatal y gubernamental),
cuatro años después de la Ley y nueve años después de que se incautaran -con
toda razón jurídica y moral- los medios de la banca corrupta que destrozó al
país hacia fines de los años 90, tampoco encontramos periodismo de calidad.
Los medios mal llamados “públicos” (si lo
fueran, en ellos se expresaría el pensamiento plural y democrático de todos los
ecuatorianos, sea cual fuere su ideología, y no se mostraría solo la parte de
la realidad que conviene al oficialismo), que en realidad son
progubernamentales o partidistas, tampoco han logrado posicionarse como alternativa
a la prensa privada.
Sin embargo, este objetivo tendría que convertirse en su “deber ser” y
su programación (en el caso de canales y radiodifusoras) y su agenda (en el de
los medios impresos) debieran ser la mejor manera de mostrar cómo se hace buen
periodismo frente al discurso presidencial en contra de la estigmatizada “prensa
corrupta” (una generalización injusta, porque en el país hay medios privados
que hacen su trabajo con honesta dignidad, en especial en las provincias no
tomadas en cuenta por el gran poder político y económico, es decir las que no
son Guayas y Pichincha y algo de Azuay).
¿Qué pueden esperar los ciudadanos
ecuatorianos de los medios, privados y gubernamentales, si está claro que la
obsesión en contra de los autodenominados “grandes medios” es tan intensa y
evidente en la confrontación del Régimen contra ellos, ignorando que en el país
existen cientos de canales, radios y periódicos que no son iguales a El
Universo, Expreso o El Comercio, pero que tampoco se asemejan a El Telégrafo?
¿Qué pueden esperar los ciudadanos
ecuatorianos de los medios, privados y gubernamentales, si la “gran prensa”
ignora grandes fragmentos de la realidad como lo hacen los medios impresos
oficialistas, todos armando sus agendas en función de sus intereses ideológicos
o políticos o partidistas o proselitistas o económicos o financieros?
En televisión sería un enceguecimiento inútil
negar la calidad de la puesta en escena de un programa como Visión 360
(Ecuavisa), así como no se puede dejar a un lado la crítica al pobre desempeño
del noticiero matinal de esa misma estación televisora, donde se evidencia la
mano del exembajador Alfredo Pinoargote para desequilibrar cualquier intento
democrático de mantener el pluralismo en la forma de entrevistar y en la
actitud agresiva o contemplativa frente a unos u otros entrevistados.
También es absurdo negar que en la TV
oficialista hay excepcionales intentos de salir del molde, como los programas
de Carlos Rabascall, Rodolfo Muñoz y Mariuxi Mosquera, entre los pocos que destacan,
pero, para ser justos, tenemos que decir que la mayoría de programas tanto
informativos como de “entretenimiento” siguen los moldes anteriores a lo que
hacían los canales cuando estaban en manos de la banca corrupta, en especial
Gama TV y TC Televisión, al punto que la mayoría de sus directores, jefes y
reporteros son los mismos que estaban en aquella época. ¿De obedientes a los
hermanos Isaías pasaron a obedientes a las líneas oficiales? ¿Cómo es eso?
¿En qué se diferencian los programas de
entrevistas matinales o los noticieros del mediodía y la noche que mantienen
unos y otros? Solo en las visiones sesgadas y en la repetición de un esquema ya
obsoleto en muchos países del mundo.
En lo demás, la estructura es la misma
porque, entre otras razones, no existen líderes dentro de los canales
gubernamentales que sean capaces de proponer alternativas no solo técnicas ni
estructurales, sino de contenido, que es lo que más importa para la
información, la educación y la promoción de la reflexión social en las
audiencias.
Si me preguntan a dónde está yendo el
periodismo ecuatoriano mi respuesta podría sonar muy drástica.
Pero si seguimos como estamos, nos espera el
abismo.
Los medios privados fingiendo ser
“independientes” y la prensa oficialista fingiendo ser también “independiente”,
sin que ninguno de los sectores lo sea ni lo pueda ser.
Es patético cómo el periodismo ecuatoriano se
ha extraviado a nombre de una “independencia” que no existe, así como tampoco
existen ni el periodismo objetivo ni el imparcial.
Mientras los medios de uno y otro lado no logren recuperar la credibilidad, por lo menos sincerando sus líneas editoriales y transparentando sus intenciones, no alcanzarán el objetivo de que el público crea en ellos.
Y, más bien, seguirán reforzando, desde un lado y desde otro, las vendas ideológicas que impiden a 16 millones de ecuatorianos mirar la realidad en su conjunto.
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