Por Rubén Darío Buitrón

«La noche amarilla tuvo de todo, incluso asuntos extrafútbol que distrajeron a los aficionados y a quienes miraban el espectáculo por TV». Quienes dijeron por radio este comentario se referían a una pareja que vivió la mala fortuna de que las cámaras y las pantallas del estadio los enfocaran justamente cuando se daban un beso.

El sábado pasado (18-01-20), en el estadio Monumental del Barcelona, se presentó el espectáculo anual llamado la noche amarilla, por el color de la camiseta del equipo de fútbol más popular del país.

Y, como es usual, la fiesta fue de luces, música, presentación de la plantilla de jugadores y un partido amistoso con la presencia de un futbolista mundialmente famoso (el italiano Alessandro del Piero) que no fue lo que esperaba la mayoría del público asistente.

Pero si solo esto hubiera pasado, la noche amarilla quedaba en el recuerdo de la gente, más o menos insatisfecha del rendimiento de su equipo que, para colmo, perdió 1-0 frente al campeón nacional Delfín, de Manta.

Lo triste, sin embargo, es cómo los ecuatorianos fácilmente nos dejamos atrapar por el morbo, el chisme y la especulación, nuestra manera tan particular de ensuciar la dignidad, la reputación y el honor de las personas.

Sin que nadie intentara ni pudiera controlarlo, la noche amarilla del 2020 se recordará algún tiempo por todo el escándalo que se armó en las redes sociales alrededor del beso que le diera un aficionado a su pareja, justo cuando una de las cámaras los enfocaba.

En redes sociales se habló de todo. De que eran amantes, de que «el soldado caído» (nótese el machismo de la expresión) no había llevado a su esposa sino a otra chica, de que él era casado y ella soltera (otra expresión de machismo: ¿y si era al revés?).

El amarillismo y el sensacionalismo con lo que solemos manejarnos cuando un hecho nos despierta los peores sentimientos llegó al colmo de que alguien, mientras transcurría el partido entre Barcelona y Delfín, incluso averiguó los nombres de la pareja y los publicó, como si fueran delincuentes.

El festín en las redes llegó al punto de que casi nadie rechazó la flagrante violación a la intimidad de las dos personas, sea cual fuere su situación personal.

Casi nadie pidió seriedad en los comentarios, desde los más picarescos hasta los más burdos, ignorando que se estaba afectando y lesionando gravemente la imagen personal de una pareja de ciudadanos cuya vida personal no tiene por qué importarnos.

Qué forma más estúpida y elemental tenemos los ecuatorianos para calumniar, para denostar, para desprestigiar, para opinar sin elementos de juicio y hasta para sentenciar a nuestro prójimo.

Estoy seguro de que muchos aficionados dejaron de ver el partido (cuya calidad fue mediocre, incluido el desempeño de la estrella mundialista Del Piero) y se dedicaron a burlarse de la situación del presunto soldado caído y, en consecuencia, sin ningún conocimiento, a calificar de amante a la chica que acompañaba al joven en los graderíos del estadio.

Y en este circo armado por los bajos sentimientos y conciencias sucias de los interesados en convertir el tema del beso en trending topic, un tuit -quizás el único decente, maduro y sereno de la noche- aclaró que la realidad de aquella escena tan morboseada era simple: los dos chicos son solteros y viven en Milagro, pero las familias se oponen a la relación. Por eso se sintieron mal cuando la cámara los enfocó.

El posterior silencio de las mentes torcidas de la mayoría de usuarios de las redes sociales pareció, al menos, significar que la verdad, bien dicha, termina venciendo a la mentira, al engaño, al chisme y a los sentimientos más bajos y viles de quienes usan sus smarthphones para hacer daño, burlarse y mostrar sus oscuridades de alma.