¿En serio sirven para algo los gremios de periodistas en el Ecuador?

Por Rubén Darío Buitrón**

Concidencias del destino: en la antesala del área de urgencias de un hospital quiteño encuentro, cada uno con su interés personal en un familiar específicos, a dos colegas que han sido ser presidentes del colegio de periodistas y de la unión nacional de periodistas.

La conversación, después de los abrazos y las explicaciones de qué hacíamos allí cada uno de los tres, derivó en uno de los temas de coyuntura: la calidad ética, el sustento moral y la función de los gremios de periodistas en el Ecuador.

El diálogo se produjo a propósito de mi reciente artículo, en este mismo blog, en el que desnudé la relación obcena entre las fuentes oficiales (el poder político, sobre todo) y los periodistas que cubren esas fuentes (incluso, catedráticos universitarios que asistieron muy complacidos a dar mal ejemplo a sus estudiantes).

Antes de seguir, quiero reírme un poco de las dos respuestas que recibí de uno de los periodistas que, por su manera de contestarme, fue uno de los más dolidos por mi crítica (hubo cena en un hotel de lujo, brindis con champán y unos misteriosos sobres cerrados llamados «bonos» gentilmente donados por el poder político de una provincia del sur del país).

Más allá de las ridículas acusaciones que me hiciera el igualmente ridículo dirigente gremial de marras, en este encuentro no programado me llamó la atención la profundidad con la que los dos expresidentes ratificaron mi permanente posición crítica contra el sistema de agremiados, tan presurosos cuando las fuentes les invitan a farrear y tan elusivos cuando se les convoca a jornadas de capacitación y actualización profesionales.

Más locuaz que el colega expresidente de la unión de periodistas, la compañera (que me pidió no identificarla y que con su miedo me ratificó el perfume a mafia que hay por esos gremios) relató cuánto había trabajado por hacer del colegio un organismo diferente pero, subrayó, aquí entre nos «hay colegas éticos y honestos contados con los dedos de una mano».

Y fue entonces cuando el exlíder periodístico -con el mismo temor a ser identificado- ratificó lo que en una conversación que se alargó como debía al mostrar toda su frustración, su decepción, su enojo y la sensación que le quedó seis después de dirigir el gremio:

«Todos se van por la sombrita cuando les hablas de que el periodismo ecuatoriano está en crisis, más allá de persecusiones políticas o de estigmas justos o injustos, y de que ya es hora de que hagamos algo drástico al respecto, desde la capacitación hasta la autocrítica y la reinvención del modelo de asociación».

Cuando nos despedimos, cada cual con el susto de su familiar en emergencia hospitalaria, me quedé satisfecho. Había oído otra vez lo que tanto he visto en años pasados y lo que he sentido siempre que me he acercado a esos grupos nacidos para farrear y muertos para superar sus exiguos niveles profesionales.

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**Rubén Darío Buitrón es poeta y periodista. Hace tres años fundó y es director del portal periodístico loscronistas.org

Los ataques a Irán y el periodismo militante

Por Rubén Darío Buitrón

En los tiempos de aprendizaje universitario del periodismo, nunca faltaron los profesores que pregonaban, a los cuatro vientos, uno de los mitos más falsos del oficio.

Nos decían que «el periodismo es objetivo, veraz e imparcial» y con eso creían haber cerrado un posible debate entre lo que es el periodismo y lo que son las relaciones públicas.

Aquella mitológica frase muere por sí misma: el periodismo no es objetivo porque lo hacemos sujetos con sensibilidades propias.

El periodismo no es veraz porque no existe una sola verdad, sino verdades consensuadas o divergentes que el tiempo se encarga de fijar en la conciencia social.

Y el periodismo no es imparcial porque en todo hecho cotidiano hay víctimas y victimarios. En estos casos, ¿con quién nos corresponde estar?

Por ejemplo, si nos trasladamos en el tiempo y aterrizamos en los salvajes e inhumanos ataques de estos primeros días a Irak e irán por parte del ejército estadounidense y su patético y prepotente mandatario Donald Trum, ¿de verdad es posible creer que un periodista debe situarse en una supuesta posición de equilibrio frente a un hecho inobjetablemente injusto, abusivo y guerrerista?

¿Un equilibrio que se sitúe en la mitad, en el justo medio entre Estados Unidos y los países con gobiernos musulmanes? ¿Un equilibrio que permita conocer las posiciones de un gobierno y otro, a sabiendas de que EE.UU. controla un 80 por ciento del espectro radioeléctrico (televisión, radio y, ahora, los medios digitales que pululan en el mundo?

No, no hay tal. Si un periodista quiere, desea y es consciente de su rol en la sociedad debe tomar partido, siempre a favor de los más débiles. Porque son los débiles quienes más necesitan que se difunda su situación de desigualdad en el mundo.

¿Cómo puede compararse al pequeño país de Irán o al semidestruido Irak con el súper poderoso Estados Unidos que precisamente por obra de las históricas decisiones injustas, controla la OTAN, controla las Naciones Unidas, tiene poder de veto sobre las decisiones del consejo superior de la ONU, controla los llamados grandes medios de comunicación y tiene carta blanca para atacar, bombardear y asesinar a quienes la Casa Blanca considere «peligrosos para el mundo occidental»?

Un periodista consciente de su papel en la historia no puede, de ninguna manera, argumentar que no le corresponde rechazar el alevoso ataque con el que Trump abrió un año coincidentemente electoral en los Estados Unidos, es decir, pretende beneficiarse del impacto mediático que está generando en el mundo su actitud de carnicero político al matar a los que él ha fabricado como los enemigos del planeta.

Un periodista de verdad asume la responsabilidad de informar, contextualizar, reflexionar y condenar todo cuando atenta contra la justicia, el equilibrio y la paz mundiales.

En ese análisis, de ninguna manera cabe la neutralidad. El periodismo militante sirve para eso, para que los ciudadanos planetarios tomen conciencia de que el periodismo militante es una herramienta fundamental para que cada ciudadano conozca a fondo las razones ocultas y explícitas con las cuales el poder político (el local, el provincial, el regional, el continental, el mundial) justifica sus atrocidades.

Pero, eso sí, a nombre del periodismo militante no se puede decir cualquier cosa. Antes de informar hay que informarse, hay que tener la certeza de contar con todos los elementos contextuales para explicar las injusticias y los abusos que las grandes potencias (en el caso del ataque estadounidense a Irán) ejercen sobre los países y los pueblos débiles o en estado de indefensión.

¿Qué significa todo aquello? Que el periodista no asume posiciones ideológicas basado en esquemas, muletillas o estigmas. Para informar a fondo y conseguir que los lectores sepan a cabalidad lo que ocurre, el periodista debe leer, investigar, estudiar, conocer lo que está hablando.

Solo así es posible ejercer, de verdad, el periodismo militante.

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*Rubén Darío Buitrón, ecuatoriano, hace periodismo y poesía. Es director-fundador de la organización loscronistas.net

Cinco vicios en el periodismo ecuatoriano contemporáneo

Uno. El periodista cree que es dueño de los espacios que ocupa en el medio donde trabaja. Nada más lejos de la verdad: los únicos propietarios de lo que se piense, escriba y publique son las audiencias, los públicos, los ciudadanos. Y el rol del periodista es uno solo: crear y abrir esos espacios para generar grandes debates nacionales sobre los tema que más importan al país, a la región, a la provincia o a la ciudad.

Dos. A menudo se escucha que una persona le pide a un periodista que lo ayude, como si este fuera un pequeño dios que puede ordenar que se publique o no determinado tema. Aquí encontramos un problema de concepción de lo que es el periodismo: un instrumento de servicio a la comunidad, a la sociedad, no una herramienta para que la utilicen a su manera los grupos de poder (incluidos ciertos periodistas que creen tener bajo su mando un espacio que nos pertenece a todos).

Tres. El ciudadano ha empoderado demasiado al periodista en el Ecuador. Y el resultado ha sido negativo: el periodista se cree superior (?), no se prepara, no estudia, no se supera, no es autocrítico, no analiza, no reflexiona sobre el estratégico rol que desempeña como un peón más del ajedrez social en el cual no se mueve solo el periodismo sino muchísimas fuerzas sociales, económicas, políticas y gremiales que constituyen la dinámica de la vida cotidiana de un país.

Cuatro. El periodista cree que los dueños de los medios son sus jefes, con lo cual distorsiona de manera total el objetivo de su trabajo. El periodista es tan dueño de los instrumentos de trabajo, como diría Marx, como de la fuerza de trabajo. Precisamente en estos conceptos radica la fuerza del oficio como herramienta de servicio a la sociedad. El periodismo puede cambiar una sociedad si se lo propone desde la honestidad y desde la calidad, no desde el interés de determinado dueño, por lo general aliado de los políticos y de las fuerzas retrógradas que mantienen estancada a una nación.

Cinco. Ha llegado la hora de que el periodismo y los periodistas ecuatorianos tomen la iniciativa fundamental: encontrarle sentido profundo a su rol, a su papel, a su tarea. ¿Cuál puede ser ese sentido profundo? No cabe la duda. El periodista debe ser un vehículo de paz, de pensamiento, de inteligencia colectiva. El periodista tiene que mover las fuerzas esenciales de una sociedad a fin de que esta avance, progrese, sea capaz de distribuir bienestar, futuro, progreso a todos los sectores.

Como ven, si comparamos la teoría con la práctica, al periodismo ecuatoriano le falta caminar mucho, primero sobre sus propios pasos y, luego, sobre el destino de una sociedad donde el rol mediático es clave. Hay que mejorar. Hay que superarse. Hay que capacitarse. Hay que humanizar el oficio.

Yo, persona no grata

Por Rubén Darío Buitrón

Uno de los títulos honoríficos que faltaban en mi carrera de casi tres décadas como periodista ha sido el de «persona no grata».

Y al fin llegó de la mano de un mediocre que, sin saber cómo justificar su falta de entereza y sus graves tropezones antiéticos, se le ha ocurrido entregarme la importantísima mención.

Kléber Aguilar, un periodistoide a quien no conocí durante mi estancia entre el 2018 y el 2019 en Machala como asesor editorial del diario Correo (orgullosamente, el de mayor circulación en El Oro), ha mostrado cómo la bajeza humana es capaz de acomodar sus discursos de acuerdo a cómo le pueda favorecer o cómo no le pueda favorecer.

Quizás dicho sujeto no esperó jamás que yo escribiera un post en este, mi blog, en el que recojo la denuncia del portal La Historia en relación al homenaje (?) de navidad y fin de año que el prefecto de El Oro, Clemente Bravo, ofreciera a los periodistas la pasada semana de fin de año en el elegante hotel Oro Verde, que funciona en Machala.

Y digo quizás porque alguien que me pidió el anonimato (se ve que Aguilar es de miedo con sus propios colegas), me envió esta mañana una antigua invitación que el malhadado sujeto -que aún funge de presidente del Colegio de Periodistas de El Oro- había hecho a mediados de 2018 sin mi consentimiento.

En aquella invitación, Aguilar (que ya era presidente del colegio y que, probablemente, pretendía aprovecharse de mi reputación para enarcarse en ella), no ahorra palabras ni conceptos para destacar quién soy yo y qué clase de taller me disponía a dar a los agremiados de El Oro.

Entre otras cosas, en la invitación para los colegas, Aguilar se refiere a mí como «el prestigioso periodista y escritor Rubén Darío Buitrón«, reputación que ahora, un año y medio después, pretende golpear declarándome persona no grata para el ínclito gremio de periodiqueros de la provincia.

Lo hizo, claro, cuando se vio desnudado con una actitud que un periodista ético (y, peor, si es el máximo dirigente de su gremio provincial) jamás debería tener: sentarse al lado de las fuentes oficiales. Cenar junto a ellas. Y, mucho peor, recibir bonos en misteriosos sobres.

Según sus mismas cifras, más de 100 periodistas (?) orenses acudieron al ágape de fin de año invitados por el prefecto de El Oro. ¿Tenía algo especial que agradecerles el funcionario? ¿Hizo lo que hizo para compensar silencios y omisiones? ¿Quiso expresar su emoción por haberlo hecho ganar las elecciones seccionales en mayo pasado gracias (supongo) al apoyo del gremio?

Estas preguntas deberían contestar tanto el prefecto Bravo como el periodista (?) Kléber Aguilar. Porque este tipo, con insultos, falacias y calumnias gratuitas, que derivan en declararme «persona no grata», me ha hecho una distinción de la cual me enorgullezco. Ser una persona «grata» para Aguilar sí me hubiera llenado de vergüenza.

Y me enorgullezco porque, a diferencia de una parte de los homenajeados, he podido, como todos, haberme equivocado en mi vida profesional, pero nunca, nunca, he recibido una limosnita de un político, tema que, además, Aguilar deberá aclarar cuando, muy pronto, se le acabe la presidencia y deba explicar a la comunidad orense qué recibió en el sobre con el bono, qué champan fue el que brindó con el prefecto de alma egipcia y cómo disfrutó, completamente gratis, de la exquisita comida del hotel Oro Verde.

Ahí te quiero ver, Aguilar. Al final, siempre los corruptos terminan enlodándose ellos mismos mientras se dicen, unos a otros, que son personas muy gratas para el gremio. ¡Dios me libre!

El Día del Periodista y las cegueras de la prensa nacional

Ceguera uno: Por lo menos cada cinco de enero, los directores, editores, reporteros y fotorreporteros deberíamos reflexionar sobre nuestra incapacidad de ser autocríticos. En medio de un mar de mediocridad, facilismo, boletines, circulares y comunicados oficiales es muy fácil moverse. El periodista se convierte en megáfono y en altavoz de todo lo que quieran decir los poderes, tanto los políticos como los fácticos. Cero cuestionamiento de los editores y reporteros con quienes mantienen una relación incestuosa.

Ceguera dos: Los periodistas ecuatorianos no leen, no se forman, no aprenden de sus errores, no son capaces de agremiarse sino para los ágapes que les dan las fuentes oficiales con el fin de conseguir espacios para la mentira y omisiones para la verdad. Acaba de suceder con «centenares de periodistas» orenses, quienes vergonzosamente acudieron a una cena en el lujoso hotel Oro Verde, de Machala, invitados por una fuente conflictiva, la del prefecto de El Oro, quien, además, con una visión limosnera de lo que es el periodismo, entregó «bonos navideños» a sus fieles escribanos seudo independientes…

Ceguera tres: Los periodistas ecuatorianos, la mayoría de ellos, suelen agremiarse para defenderse de los ataques que reciben cuando realizan un trabajo mediocre o cuando asisten a opíparas cenas. Se reúnen tres veces al año: para elegir al más mediocre como presidente del colegio de periodistas, para recibir en Navidad los regalos del amigo secreto y para farrear a fin de año, con bochornosas borracheras incluidas.

Ceguera cuatro: Con raras excepciones, los periodistas no se organizan ni se reúnen para recibir capacitación, actualización de conocimientos, plantear foros acerca del estado de situación del periodismo local, ubicar los vacíos que sufre el conjunto de periodistas en las provincias o a nivel del país. ¿Por qué no se animan a elevar sus niveles de conocimiento? Por pereza mental, porque les parece una pérdida de tiempo, porque no creen en sí mismos ni en su capacidad de levantar sus varas de sabiduría (si a eso que ellos llaman «licenciaturas» o «maestrías» se puede llamar alzar la vara de sus propias exigencias).

Ceguera cinco: Tanta es su abulia para prepararse mejor que lo que implicaría una matrícula en un curso dictado por periodistas expertos nacionales o extranjeros les duele el bolsillo, a diferencia de cuanto toca gastar una inscripción o matrícula, situación muy distinta a la de hacer vaca para unos traguitos en reuniones donde se autoalaban o donde planifican los ágapes, las cenas o los bonos de alta eficencia periodística (?).

Ceguera seis: Es ridículo celebrar el Día del Periodista Ecuatoriano cada cinco de enero. A menos, claro, que sea un motivo para reunirse, chismear, tomarse unos tragos y dejar que su vida mediocre siga su cauce de impresiones, omisiones. No creo que a Eugenio Espejo -médico, periodista, científico y luchador independentista- le gustaría que alguna boca dirigencial del periodismo cantonal, provincial o nacional lo cite como un ejemplo para aquellos periodistas ecuatorianos que no ya existen.

Cómo los estrategas engañan a sus incautos líderes y a los ciudadanos…

Por Rubén Darío Buitrón

Hay que parecer bastante ingenuo o incauto (lo que un político, al menos en teoría, jamás debería ser) para comerse el cuento que sus asesores le venden como el tema del día en Twitter, es decir uno de los trending topic o los más seguidos y comentados.

Veamos el caso más patético de los últimos meses: el del Municipio Metropolitano de Quito.

Al frente de este organismo, tan importante para la vida cotidiana de los habitantes de la capital, está un personaje considerado astuto, vivo, suspicaz, creativo: el radiodifusor correísta-morenista Jorge Yunda quien, sin haber nacido en Quito, ganó la Alcaldía 1019-2014 por apenas dos puntos porcentuales a su compañera de partido (?), líder del sur de Quito y nativa de esta ciudad, María Luisa Maldonado, sin duda una mujer política brillante a quien los propios líderes de lo que un día fue PAIS le negaron el apoyo electoral.

Pero volvamos al tema central de este post: en apariencia, los consultores de comunicación política del alcalde Yunda son unos maestros (¿no cierto, señores exasesores de Odebrecht?). Maestros porque logran que todos los días su jefe, el alcalde Yunda, se convenza de que para los ciudadanos quiteños son muy importantes los temas municipales y espesos.

Lo que uno no acaba de entender es que mientras las cuentas fiscales estatales atraviesan por graves problemas de caja, ¿de dónde sale el dinero para pagar cada mes, todos los días, estas cuentas promocionales (no olvidar este concepto cuando revisen twitter y vean que uno de los temas están entre los de mayor interés y comentarios,

Y, en medio de esas carencias, armar un troll center (grupo de insultadores digitales a sueldo) bien nutrido y pagado para que respondan con toda la agresividad a todo aquel que critique a Yunda (pero, ¿un funcionario electo no debe ser criticado o es intocable?).

Triste cómo se engañan los seudobrillantes asesores de comunicación política y cómo engañan a su jefe Yunda y cómo engañan a cientos de miles de ciudadanos con los presuntos «grandes temas de interés ciudadano».

Pero, bueno, para cada político incauto e ingenuo hay asesores ídem. Lo que falta decir es, nueve meses después de asumir la Alcaldía de Quito, ¿cuál es el límite del engaño generalizado de una gestión que, aparte de trolles y cuentas promocionadas, aún no deja la mínima huella?

Quito, 4 de enero de 2020

Cómo comprar periodistas con una cena y un bono…

Por Rubén Darío Buitrón

El reciente fin de año (2019) resultó funesto para el periodismo ecuatoriano. Más de cien periodistas de la sureña provincia de El Oro asistieron como invitados especiales a una lujosa «cena-homenaje» en el hotel Oro Verde, el más caro de ciudad de Machala.

Como si un periodista tendría que esperar honores y parabienes del poder de turno, como si fuera tan fácil olvidar la clave del periodismo honesto: Lejos del poder, cerca de la gente…

Lo primero que llamó la atención fue el elevado número de invitados y de asistentes (¿existen cien periodistas activos en El Oro? ¿Si hay más de cien, ¿dónde se esconden cuando se les invita a cursos de capacitación y actualización profesional?).

En un país que atraviesa una grave crisis económica con miles de despedidos en el sector público, surgieron como hongos de un renovado jardín decenas de periodistas que, se supone, son quienes cubren para los distintos medios las actividades del Consejo Provincial de El Oro…

Sobre el anfitrión, un político de viejas mañas, no hubo mayor sorpresa. A muchos les cayó al pelo que el anfitrión fuese Clemente Bravo, actual prefecto de la provincia de El Oro, el mismo que cuando era alcalde del cantón Santa Rosa asfaltó un parque local comprando -ni más ni menos- azulejos y baldosas importadas de Egipto. Tal cual…

La información la divulgaron los propios periodistas invitados, subiendo, orgulosos, como si hubieran ganado el prestigioso premio Pulitzer, a sus cuentas de facebook, instagram o twitter las fotos en las que el prefecto Bravo, con dinero público, «rindió homenaje» a los periodistas de la provincia que asistieron sin falta a la cena, a la entrega de regalos, a la recepción de bonos en dólares contantes y sonantes.

El hecho no puede pasar inadvertido. Y no debe pasar inadvertido. Me río imaginando cuántos de esos periodistas que asistieron al ágape nocturno se atreverán a criticar al prefecto la próxima vez que este haga otra de las suyas, como el escandaloso episodio de los mosaicos egipcios.

Los ciudadanos honestos y limpios, que detestan vivir en un país como el Ecuador donde brota la corrupción por todos los poros del ámbito público, deberían castigar a esos periodistas que venden su alma y su conciencia por un plato de lentejas.

Y no existe para un periodista castigo más ejemplar que dejar de creer en su palabra, en su trabajo, en la realidad que dice buscar e informar.

El periodismo profesional (?) de la provincia de El Oro tendría que haber izado a media asta la bandera de la verdad, esa a la cual todos los periodistas nos debemos.

Pero basta revisar las fotografías donde el prefecto egipcio entrega los bonos (los dólares, claro) a SUS periodistas. Y digo «sus» porque, simplemente, se dejaron comprar con un bufet y un bono.

Qué vergüenza para el periodismo local, provincial, regional, nacional…

Facebook no es inocente…

Por Rubén Darío Buitrón

Pudiera parecer que los zares de las redes sociales, en especial de Facebook, a veces se enredan en cosas tan simples como decidir si es necesario seguir exclusivamente con el “like” cuando gusta algo o si el término es confuso.

Por eso es importante decirlo: el like o “me gusta” no es tan simple como parece.

Se sabe que con cada inocente “like” que damos a un texto o a una fotografía o a un meme o a una frase, Facebook  -una de las empresas más ricas del mundo- gana tres centavos de dólar.

¿Imaginan ustedes cuánto dinero recibe Facebook cada día, desde todas partes del mundo, con los cientos de millones de ingenuos (cambiemos el término) “likes” que damos?

Te preguntarás cuál es el negocio de los “likes” y la respuesta es fácil: Facebook va acumulando todos tus “likes” y, a través de la información que obtiene con ellos configura tu personalidad, tus gustos, tus preferencias, tus ilusiones, tus aspiraciones y tus sueños. Con ellos arma tu perfil y podría, si fuera del caso, incluso realizar un identikit de tu rostro o de tu cuerpo.

Esa data la vende Facebook a miles de poderosas empresas que necesitan la información para conocer qué tipo de productos deben fabricar, a qué clase de público deben dirigirse, cómo explotar industrialmente los datos personales sobre qué música, qué película, qué autor están de moda y cuál es la tendencia social que se impone en el mundo…

Así que el dilema de la empresa Facebook no es cualquier cosa. Es un dilema que puede darle muchísimo más dinero o que puede hacerle bajar su alta cotización en la bolsa de Nueva York, porque si tienes la opción de elegir entre “like” o “don’t like” puedes estar decidiendo hacia dónde va la economía mundial.

Y no solo la economía mundial, sino la tuya y la de tu familia…

¿Qué pasó con el caso Fybeca?

Por Rubén Darío Buitrón

Lo tenía claro el maestro Kapuscinski: la única manera de hacer periodismo coherente es “sufriendo la calle”. El mejor reportero del mundo, como lo llamaban, definió los pasos esenciales para el buen periodismo: ir, ver, sentir y contar.

Fue eso lo que hicieron el 19 de noviembre de 2003 dos reporteros de diario El Universo: Martín Herrera y Rafael Hernández.

Aquella mañana guayaquileña cumplían su guardia muy temprano. Su misión diaria era no dejar pasar ninguna noticia que fuera relevante para los lectores.

Por el trabajo de esos testigos excepcionales de los sucesos en la farmacia Fybeca, en la Alborada, el periodismo ecuatoriano marcó un hito de exclusivo compromiso con la realidad.

Martín y Rafael tuvieron la sensibilidad, el coraje y la rapidez intelectual para entender, en cuestión de segundos, que presenciaban un hecho que iría más allá de un rutinario operativo policial.

Gracias a ellos, los ciudadanos volvimos a entender, igual que con el caso Restrepo en 1988, que los grupos más poderosos y oscuros son capaces de diseñar y ejecutar perversas estrategias para dar, según ellos, lecciones a la sociedad y sentar precedentes.

Y supimos, por la transparencia periodística con la que se manejó el tema, que tras esa sórdida historia de pistolas, emboscadas y muerte quedaría claro que en Ecuador no se respetan los sagrados derechos a la justicia y a la vida.

Es lo que los políticos, con patético eufemismo, suelen llamar “inseguridad jurídica”, pero que hay que decirlo con todas sus letras: violación a los derechos humanos, uso irracional de la fuerza, ocultamiento de evidencias, detenciones arbitrarias, desaparición de personas e indiferencia del Estado.

El caso Fybeca es un grave síntoma de impunidad, más allá de los discursos: tres viudas llamadas Dolores (Briones, Vélez y Guerra) son el símbolo de una nefasta estructura que funciona contra el ciudadano común.

El mismo Kapuscinski, en referencia al espíritu solidario que debemos tener los periodistas, decía que “los cínicos no sirven para este oficio”.

Pero la intocada descomposición de la justicia, que contrasta con el lirismo de la omnipresente propaganda oficial, obliga a extender la sentencia de Kapuscinski a quienes manejan los hilos del poder político y jurídico.

El periodismo ecuatoriano tiene muchas debilidades. Pero eso no justifica satanizarlo sin valorar, por ejemplo, su rol decisivo en el no silenciamiento del caso Fybeca, que sigue abierto como profunda herida en el rostro de la sociedad.

Cada gobierno promete cambiar la administración de justicia. Si los líderes del país fueran coherentes debieran sufrir la calle y entender que sin una decisión radical, el Ecuador seguirá siendo una nación líquida, que se escapa por entre los dedos.

¿Cómo es un buen periodista?

Por Rubén Darío Buitrón*

Hacer periodismo es registrar la vida, narrar lo que sucede con la gente, destapar los entretelones del poder, contar historias, miles y millones de historias de miles y millones de personas.

Cuando hablo con los jóvenes de las facultades de comunicación de las universidades, la pregunta que más escucho es qué pasará con el periodismo en los próximos meses y años.

Me preguntan si habrá fuentes de empleo para ellos, si los temas se volverán rutinarios y monótonos, cómo elevar la calidad estética de lo que hacemos.

Yo estoy convencido de que el periodismo no desaparecerá. Que permanecerá vivo, vital e intenso mientras existan personas que amen el oficio y desarrollen sus sensibilidades y su calidad en función de lo que a la gente le interesa conocer.

No hay razón para tener miedo al futuro del periodismo y de los periodistas si nosotros construimos el futuro de la profesión.

Esa construcción o reconstrucción no tiene directa relación con lo que hagan los demás a favor o en contra del oficio, sino con lo que nosotros seamos capaces de hacer en el repensamiento y ejecución de nuestra tarea cotidiana.

En las salas de Redacción se reflexiona, se debate, se delibera, se proponen temas, se plantean nuevas maneras de decir las cosas.

Pero nunca será suficiente. Nos hace falta tomar distancia del vértigo y la presión, de la hora de cierre, de las implacables exigencias que tiene el día a día.

Hacer una pausa en medio de la vorágine, decíamos alguna vez. Una pausa que nos permita entender que el periodismo es para servir a los demás, es para ser útiles, para exponer en nuestras páginas -con respeto y ética- la vida de los demás.

Todos tenemos algo que contar. Los periodistas, por tanto, tenemos la obligación de buscar, caminar, acercarnos a la gente, estar con ella, de escucharla y ponerla en escena.

A los jóvenes estudiantes les digo que el privilegio de ser periodista no tiene que ver con haber elegido una profesión que te llena de fama, poder o dinero, sino con la posibilidad cierta de estar en lugares y conocer personajes que de ninguna otra manera podrías conocer.

Algunos de los estudiantes me miran incrédulos, con suspicacia, con duda.

Pero yo les digo que esa actitud, precisamente, es la que necesita un periodista: la duda, la curiosidad y la suspicacia como herramientas esenciales del oficio.

En calles, caminos, carreteras, pueblos, ciudades, provincias, en todas partes existen héroes silenciosos, personas que emprenden proyectos, gente que sufre, seres que hacen cosas notables, únicas, llenas de amor y sacrificio.

Ellos son quienes edifican y dignifican la sociedad. A nosotros nos toca averiguar, preguntar y contar quiénes son ellos, cómo su ejemplo puede multiplicarse para construir un país mejor.