I. LA FILOSOFÍA
El periodismo es un puente que conecta al poder y a la sociedad.
Mientras mejor fluya es más eficaz.
Logra que el poder se mire en el espejo ciudadano y que los ciudadanos sean dueños de ese poder, sobre todo del político, que los representa, expresa sus intereses y concreta sus necesidades y demandas.
El periodismo toma fragmentos de la realidad y los comunica a un colectivo o a una audiencia según la relevancia de los hechos, la trascendencia de lo acontecido, la coyuntura y los contextos en los cuales ocurre el acontecimiento.
Pero esa decisión no es casual: es ideológica. Y aunque en la difusión de un hecho coincidan todos los medios, más evidentes serán la carga y el peso ideológicos.
Dice la periodista argentina Stella Martini:
“Como en todo oficio o profesión, en el periodismo entran en juego opiniones, representaciones del mundo y de la propia tarea, prejuicios y adscripciones a un estilo, un género, una empresa, una ideología determinados. Es una práctica investida tanto del poder que da la información como de su capacidad potencial para aportar al ejercicio de ciudadanía. La noticia periodística comparte con la educación la función de difusión y consolidación de imaginarios, símbolos, valores y tradiciones”.
Ejercer poder mediático o servir a los ciudadanos. He ahí el quid. Y he ahí lo que cada periodista, en acuerdo con su conciencia, debe elegir.
Según su elección trabajará en un medio u otro, escribirá de una manera o de otra, decidirá que es lo que le importa a la gente común -y, en consecuencia, a él- o decidirá qué es lo que les importa a quienes están sobre la gente común en la pirámide económica y social.
El periodista que sirve desde su ética personal a quienes lo necesitan es coherente consigo mismo y con su entorno.
Por eso no es un profesional cualquiera.
Es un misionero, un guerrero, un apóstol, un mensajero, un investigador que se juega por recabar y publicar esos fragmentos de realidad que son clave para entender la vida, para entender el país, para entender por qué una sociedad arrastra determinada historia y por qué es necesario que aquella historia no se repita nunca más.
Eso significa que al periodista le toca renunciar a privilegios en función de la visión solidaria con la que debe ejercer su oficio.
Y significa luchar, con sus herramientas mentales y materiales y con su autopreparación, para asimilar los contextos, los referentes, los entrelíneas y los silencios.
Solo de esa manera podrá informar en serio, aportar con sustancia a la reflexión colectiva.
De lo contrario, será un simple periodista, alguien que hace mandados, alguien que cumple órdenes, alguien que escribe lo que le piden que escriba, alguien que ejecuta mucho pero piensa poco.
“Hoy nos invade un satisfecho analfabetismo funcional que ha desarmado a gran parte de la sociedad ante los medios, con la gente atrapada en la inmediatez, pensando que ver es comprender”, asegura Manuel Revuelta en el libro Repensar la prensa.
«Basta echar una mirada aproximativa aunque incisiva sobre la actualidad mediática para observar cómo lo específicamente informativo ha pasado a ser consustancial y simbiótico con el nuevo modelo empresarial, tecnológico y representativo.
El servicio, y a quién se sirve, tiene directa relación con el sentido ético y profesional de lo que el periodista quiere y debe hacer».
El fallecido escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez lo planteó así:
“Cada vez que las sociedades cambian de piel o que el lenguaje de las sociedades se modifica de manera radical, los primeros síntomas de esas mudanzas aparecen en el periodismo.
Quien lea la prensa inglesa de los 60 encontrará la esencia de las canciones de los Beatles, y en la prensa californiana de la época, la avidez mística de los hippies.
En ciertas épocas de crisis, cuando las instituciones se corrompen o derrumban, los lectores suelen asignar esas funciones a la prensa para no perder las brújulas. Pero ceder a cualquier tentación paternalista puede ser fatal.
El periodista no es policía ni censor ni fiscal. El periodista es un testigo acucioso, tenaz, incorruptible, apasionado por la verdad, pero solo un testigo. Su poder moral reside, justamente, en que se sitúa a distancia sin aceptar ser parte de los hechos.
Ningún periodista podría cumplir de veras con esa misión si cada vez, ante la pantalla de su computadora, no se repitiera: Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo no puedo ser fiel a quienes me leen.
Si los lectores no encuentran todos los días en los periódicos un reportaje, un solo reportaje, que los hipnotice tanto como para que lleguen tarde a sus trabajos o como para que se les queme el pan en la tostadora del desayuno, entonces los periodistas no tendrán por qué echar la culpa a la televisión o a la Internet de sus fracasos, sino a su propia falta de fe en la inteligencia de sus lectores.
Contar la vida, narrar la realidad con el asombro de quien la observa y la interroga por primera vez: esa ha sido siempre la actitud de los mejores periodistas y esa es el arma con que los lectores del siglo XXI siguen aferrados a sus periódicos de siempre.
Oigo repetir que el periodismo de América Latina está viviendo tiempos difíciles y sufriendo ataques y amenazas a su libertad.
En las dictaduras sabíamos a qué atenernos, porque la fuerza bruta y el absolutismo agreden con fórmulas muy simples. Pero en la democracias emplean recursos más sutiles que a veces tardamos en reconocer.
En América Latina los tiempos difíciles suelen obligarnos a dar respuestas lúcidas a preguntas trascendentes.
En América Latina, cuando más afuera de la historia parecemos, más sumidos estamos en los grandes procesos de cambio.
Tengo plena certeza de que el periodismo del siglo XXI será mejor aún del que estamos haciendo ahora.
Hemos aprendido a construir un periodismo que no se parece a ningún otro. En América Latina estamos escribiendo, sin duda, el mejor periodismo que jamás se ha hecho. Ahora pongamos nuestra palabra de pie para fortalecerlo y enriquecerlo”.
II. LOS INSTRUMENTOS
El maestro español Miguel Angel Bastenier, catedrático de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano, columnista y ex subdirector de diario El País, afirma que la única manera de “contar al mundo lo que es el mundo” es con una redacción de excelencia.
Dicha redacción consiste en una manera de escribir especializada, con técnicas y herramientas específicas que la diferencian de la redacción académica, de la redacción literaria y de la redacción burocrática o administrativa.
La redacción periodística se basa en el acertado manejo del idioma, pero su estructura específica tiene que ver con la necesidad de comunicar informaciones, noticias, historias, reportajes, notas de investigación, perfiles de personajes que trasciendan, testimonios, puntos de vista e informes especiales.
Solemos preguntarnos y preguntar cómo hacer para conseguir que el público se enganche desde el primer párrafo y se quede en él hasta el final.
Hay que ser creativo para escribir bien (claro, detallado y sencillo) pero también hay que conocer a fondo el tema que se trata.
Si la reportería es completa es mucho más fácil escribir.
La redacción se basa en el uso de párrafos consistentes, fuertes, contundentes, estructurados con frases cortas y puntos seguidos. Ese ritmo narrativo atrapa al lector.
La calidad que se logre tiene que ver con la actitud frente al propio texto: tomar distancia para pulir, cortar, tachar, desechar, embellecer, quitar, corregir, borrar y mejorar el tono de cada palabra, frase y párrafo. Y lo más difícil: tomar distancia para ser autocrítico.
Para escribir un gran texto periodístico hay que pensar mucho y redactar mucho, pero, sobre todo, tachar mucho.
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Pintura de José Luis Muñoz, «Hamlet + Ofelia», tomada de http://www.enkil.org
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